No era un fantasma quien surgió entre la niebla.
Pero era exactamente eso lo que parecía Alice. Tez pálida, mirada
ausente y unos ojos que hacía tiempo habían agotado sus últimas
lágrimas.
A duras penas logré que me acompañara al interior de la casa donde
confiaba, vana esperanza, poder hacerle recuperar una cordura que
parecía perdida.
Levemente recuperada pronunció la frase que no olvidaría mientras
viviera: “ Charles, he matado a un hombre”.
Quise entender otras cosas pero cuando lo repitió no pude ignorar el
significado de sus palabras.
No tenía duda, la locura se había apoderado de ella. Nos conocíamos
desde la infancia y vivimos y crecimos tan unidos que no teníamos
secretos el uno para el otro. Era imposible que hubiera matado a nadie.
Me proponía tranquilizarla cuando una sonrisa se dibujó en mi cara a la
vez que se nublaba mi vista: ahora entendía el sabor extrañamente amargo
del té de aquella tarde.
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