Hay momentos en la vida que se convierten en puntos de inflexión,
momentos en los que piensas mucho, en los que te debates entre muchas cosas, en
los que te enfrentas a ti mismo. Hoy vivo uno de esos momentos en los que todo
parece ir mejor, nada será perfecto ni durará para siempre, pero el ahora me
vale, el futuro no llegará y prefiero aprovechar este instante, atraparlo y
atesorarlo en mi corazón junto a los buenos recuerdos. Algo me ha conectado a
la tierra o, más bien, me ha reconectado. Me siento viva, los paseos por el
campo, mi cuerpo al sol en una roca, la oscuridad y el silencio de la noche
estrellada, los baños en las pozas y el agua cayéndome en la cara me recuerdan
que la necesito para vivir. Mirar a las estrellas es como mirar al infinito, me
hace sentir pequeña, ínfima, insignificante, una partícula minúscula en medio
del universo; y a la vez me hace pensar sobre mi vida, sobre lo que puedo
aportar al mundo, a la gente, a mi gente, me siento importante y con ganas de
cambiar el mundo, por lo menos quiero cambiar el mío, que en mi epitafio no
diga que no lo intenté porque me dejaré la piel en esto.
Las experiencias
intensas de la vida nos recuerdan por qué seguir hacia adelante a pesar de
habitar en una sociedad que nos niega la vida. Tenemos que mirarnos a los ojos
y ser sinceros. Mirarnos por dentro y darnos cuenta que no somos perfectos ni
queremos serlo. Vivir el presente no es olvidar el pasado, es aprovechar este
instante sin dejar que nos pese nuestra historia personal: nuestros prejuicios,
nuestras desconfianzas, nuestros enemigos, nuestros desamores, nuestras
venganzas pendientes, nuestros miedos... Parece mentira, pero en este lugar
hostil todavía queda gente que merece la pena conocer y por la que seguir
luchando, es por ellos y por mis ganas de auto superación por lo que me
mantengo en pie. La vida sigue y yo lucho por alcanzarla.
Preciosa reflexión.
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